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[27 Sep 2009|08:43pm] |
Eran casi las 19 horas y el doctor Paulo da Souza estaba alistándose para la operación de trasplante de riñón que tenía agendada para unos minutos después. La enfermera auxiliar le estaba ayudando a ponerse los guantes de látex mientras que él le tiraba algunos piropos debajo de la máscara para la boca y nariz, y se le reía abiertamente porque sabía que no iba en serio, pero a los cuarenta y algo años cualquier mujer sentía esas cosas como halagos.
Para cuando Da Souza llegó al quirófano, el paciente ya estaba anestesiado correctamente, la sala de cirugías en completa asepsia y música ambiental, a la sazón La Chica de Ipanema en ese preciso momento. El anestesista andaba moviendo los pies y la cadera al ritmo de la música, y varios otros de los profesionales que estaban ahí parecían tentados a hacerlo. Cosas que se llevaban en la sangre, por más que estuvieran trabajando en el Hospital D'Or.
Da Souza permitió ese pequeño relajo porque todavía faltaba que trajesen el riñón que correspondía para el trasplante. Incluso empezó a hacer preguntas por pura amabilidad.
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