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Scranton, Pennsylvania; casa a las afueras; mañana
Me serví un poco más de cognac en mi vaso y me acomodé mejor en el sillón sin apartar la vista de los hermanos Lenfert, un par de vampiros de unos 200 años que se habían instalado en esta ciudad de Pennsylvania. Había llegado hasta aquí siguiendo la pista de Katerina, como no, gracias a un viejo vampiro que de buena gana me había guiado hasta este par de mocosos antes de que le arrancara su maloliente cabeza. Lo cierto era que resultaba bastante díficil encontrar gente de confianza estos días. Más aún que antaño, quién lo hubiese dicho.

Di un trago mientras observaba como el hermano mayor hundía la estaca de la mano derecha cada vez más en la frágil piel de su hermana, mientras ésta daba gritos desgarradores a causa del dolor. Me había propuesto un juego con ellos; sabía que el hermano era quien podía darme alguna pista sobre el paradero de mi querida Petrova, así que cuanto antes me lo desvelara antes acabaría el dolor de su pequeña hermana. Aunque claro está, no iba a mancharme yo las manos, gracias a los trucos mentales había hecho que él mismo clavara a la chiquilla gritona a la pared, sujetándola por las extremidades usando estacas de madera. Aunque a decir verdad, estaba empezando a hartarme del jueguecito ya que el maldito crío no parecía dispuesto a soltar prenda, pese al sufrimiento de su hermana. Dejé el vaso en la mesita de al lado y me levanté del sillón caminando despacio hacia él cogiendo una de las estacas sobrantes.

- Charles, Charles, Charles. Creo que no has entendido bien las reglas del juego... - dije en un tono tranquilo para acto seguido clavarle la estaca en el hombro, haciendo que cayera de rodillas al suelo debido al dolor. Me quedé mirándole en silencio debatiendo si matar ya a su hermana o no, pero justo entonces noté una presencia más en la casa, aunque ésta sí era bienvenida. Esbocé una pequeña sonrisa y ladeé un poco la cabeza sin moverme del sitio - Llegas en el mejor momento, hermano. Como siempre.