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Marbas se encontraba saboreando ya la victoria frente al joven nefilim y estaba dispuesto a asestar el golpe definitivo que rompería el cuello del chico, cuando sintió una fuerza que le arrastraba de imprevisto hacia atrás, lo que hizo que su cuerpo chocara contra la columna que tenía a su espalda. Se levantó del suelo tambaleante y confundido, deseoso de hundir sus garras en la piel del causante de aquel ataque, y cuál fue su sorpresa cuando se encontró con el brujo delante de él. Marbas quiso borrarle aquella sonrisa del rostro de un buen golpe, pero antes de poder reaccionar se vio lanzado por los aires de nuevo, esta vez impactando contra unas vigas de metal que había por los alrededores. Aunque la textura de su piel era dura, Marbas se sentía dolorido por los golpes y cortes que le habían propinado tanto el brujo como el nefilim, y comprendió que tenía que actuar con rapidez antes que entre los dos consiguieran retenerle. Echó un vistazo rápido hacia donde estaba el muchacho comprobando que ya había conseguido ponerse en pie, así que volvió la vista al brujo hablándole con su habitual voz siseante.

— No acepto órdenes de un mocoso nefilim y mucho menos de un subterráneo como tú.

Sabía que con aquello se exponía a la ira del brujo, pero él también guardaba un as en la manga. Levantando con su cola una de las vigas que había enredado en ella mientras hablaba, la lanzó contra el brujo y, a pesar de que éste la esquivó usando su poder para desviarla a otro sitio, le dio tiempo suficiente a Marbas para acercarse hasta él y sujetarle la pierna con su cola, tirándole al suelo. En ese momento sintió un dolor agudo y penetrante en el hombro y comprobó que se debía a una daga que el crío le había arrojado. Furioso, lanzó al brujo contra una de las columnas y, consciente de que si permanecía más tiempo allí saldría perdiendo, huyó hacia las sombras, no sin antes esquivar una nueva daga del joven Herondale.