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Dolhart, Kansas; mansión militar; noche [03 May 2013|09:23pm]
Era poco más de medianoche y me encontraba observando la puerta blindada que tenía frente a mí, aquel objeto tan común (y en muchas ocasiones irrelevante) tenía una importancia vital en el edificio donde nos encontrábamos: de ella dependía el 90% de nuestra seguridad.

Desde mi llegada a la mansión hacía ya tres semanas, no había ocurrido ningún contratiempo que amenazase su estabilidad y eso inevitablemente había derivado en que los refugiados se relajaran en cuanto al infierno que había ahí fuera y que confiaran en que esta mansión era un lugar de lo más seguro, sólido, e inquebrantable. Y sin duda lo era, pero la mayoría de ellos se hallaban completamente ajenos a que los bienes escaseaban a raíz de que cada vez fuesen más las personas que llegaban al edificio; ya no quedaba agua caliente, hacía un par de días que la electricidad había dejado de funcionar, las reservas de comida se agotaban a un ritmo acelerado, y los militares tardaban el doble en ir a buscar más provisiones debido a que no quedaba ya nada que aprovechar por los alrededores y debían busar en sitios más alejados. Por mucho que se empeñasen en decir lo contrario, era obvio que en aquel lugar ya no estábamos a salvo. Ninguno de los tenientes iba a negarle el paso a nuevos supervivientes pese a que ya no pudiésemos permitirnos el acoger a nadie más, y lo cierto era que no me apetecía lo más mínimo morir atrapado en una ratonera después de haber sobrevivido a tanto, así que haría las cosas a mi manera.

Había escuchado mencionar a unos soldados que en caso de que la mansión se viese amenazada, evacuarían en camionetas a los refugiados, y me dio por pensar en que si esta misma noche alguien abriese esa puerta, casualmente el único acceso directo que tenían los zombies al interior del edificio, tal vez pondrían en marcha ese plan. Y probablemente se perderían vidas por el camino, pero sería un sacrificio por el bien común, para que los que sobreviviésemos a ellos pudiéramos disponer de mejores condiciones en el nuevo lugar al que nos desplazaran. Porque, ¿no es de eso precisamente de lo que se trata este apocalipsis? De la supervivencia. Y no se limita exclusivamente a humanos y zombies.

Desvié la mirada un momento hacia el cuerpo sin vida que yacía en el suelo junto a mí, el de uno de los militares del refugio que era el encargado de custodiar la famosa puerta aquella noche. La mejor parte de interpretar el papel de un pobre agente inmobiliario que no había visto un arma en su tranquila y pacífica vida era que imbéciles como él te permitían acercarte lo suficiente como para que cuando les atacases, ya fuese demasiado tarde para bloquearte. Esbocé una pequeña sonrisa dejando a su lado el cuchillo que había usado para degollarle y avancé unos pasos hasta la puerta, esquivando el cadáver. La única persona que me importaba en la mansión estaría fuera hasta el día siguiente, cuando todo hubiese pasado, y le dejaría una nota en algún sitio que supiera que visitaría, avisándola de que nos habían evacuado, y confiando que el teniente Hammond –con el que se había marchado– supiera qué hacer a continuación. Y precisamente por ella, por Bobbie, me aseguraría de poner a salvo a su querido Aidan; no podría perdonarme a mí mismo el que le pasase algo y ella sufriese de nuevo al perder a alguien importante, como había ocurrido con su hermana. Respiré hondo y alcé la mano hacia el pestillo de la puerta sintiendo como el corazón me latía fuertemente contra el pecho, adoraba esa sensación, esa adrenalina que invadía mi cuerpo cuando sabía que la muerte ajena estaba próxima. Tendría unos cinco minutos para regresar al salón de estar del primer piso y reunirme con Aidan de nuevo, del que me había excusado para ir –supuestamente– al cuarto de baño, antes de que esas criaturas comenzasen a entrar. Allí, en el salón, nuestras posibilidades de escapar sanos y salvos eran elevadas ya que nos encontrábamos cerca de la salida principal y muchos de los refugiados dormían a esta hora de la noche. Ellos no lo sabían, pero en unos minutos toda su tranquilidad se iba a ver alterada de nuevo y no todos sobrevivirían a ello. Pronuncié la sonrisa, satisfecho, y giré el pestillo lentamente para que el metal desgastado hiciese el menor ruido posible.

Que comience la cacería.
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